Virgen de Lourdes

Maiquetía

El 11 de febrero de 2015, por centésima trigésima primera vez, la imagen de la Virgen de Lourdes fue trasladada en andas por peregrinos y devotos desde la iglesia parroquial de La Pastora, en Caracas, hasta la iglesia parroquial de Maiquetía, en el estado Vargas, frente al mar, en un sinuoso recorrido de más de 20 kms. por el majestuoso cerro Ávila, llamado por los indios Guaraira Repano. Caracas, ubicada a unos 950 m. s. n. m. (altura aproximada de la iglesia de La Pastora), está separada del mar por esta gran formación orográfica que forma parte de la Cordillera de la Costa.
Para llegar a Maiquetía, a nivel del mar o unos pocos metros más arriba, el camino antiguo de los Españoles se remonta casi a los dos mil metros de altitud y luego baja a las azules aguas del mar Caribe. El recorrido, a veces por la calzada de piedra de varios siglos de antigüedad, se completa en alrededor de doce horas, incluidas las paradas para el descanso, la alimentación y las estaciones del Vía Crucis que se hacen para recodar los dolores de la bienaventurada Madre de Dios. El camino serpentea entre bosques, fortines coloniales, sembradíos, antiguas y más recientes haciendas, ruinas de posadas (La Venta, por ejemplo) y parajes de incomparable belleza que miran ora al sur (la gran ciudad y sus suburbios), ora al norte: Maiquetía y La Guaira, el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar y el puerto principal del país, y, más allá, aguzando los ojos del corazón, canoas de indios, naos y carabelas sorprendidas, barcos de piratas y contrabandistas, buques de libertad y comercio, el Caribe muy azul, de calmas y huracanes, el mar de siete y ahora ocho flamantes estrellas, como lo quiso el Libertador, lleno del ímpetu y el aliento de la antigua Guayana.

La peregrinación, encabezada por el obispo de La Guaira, monseñor Raúl Biord Castillo, s.d.b., fue instituida en 1884 por el padre Santiago Florencio Machado Oyarzábal, nativo de La Victoria (estado Aragua), párroco de Maiquetía y cofundador de la congregación de las Hermanitas de los Pobres de Maiquetía con la sierva de Dios venerable madre Emilia de San José (en el siglo, como dice la expresión antigua, Emilia Chapellín Istúriz), tan querida, admirada e invocada en nuestro país por sus virtudes cristianas. El padre Machado levantó una gruta a la Virgen de Lourdes contigua a la iglesia de san Sebastián en Maiquetía. Fueron de las primeras devociones a la Virgen, en la advocación sanadora de Nuestra Señora de Lourdes, fuera de Francia. Para mí resultó una experiencia en extremo gratificante, por cuatro razones: 1) el sentimiento místico y religioso que íntimamente me conmovía en silencio; 2) la admiración por la actitud devota de tantos peregrinos, por la religiosidad popular, por la persistencia de tradiciones; 3) la historia, representada por aquellos caminos –no solo el llamado de los Españoles-, incluso más antiguos que la presencia hispánica en el valle de los caracas y huerenas (guarenas), en las playas de los tarmas y guaiqueríes; y 4) la belleza escénica y paisajística que el recorrido brinda a los participantes, arraigándolos a una tradición rica y reconfortante.

Niños, jóvenes, adultos y personas cargadas de años y mucha sabiduría, religiosos, seminaristas y laicos, creyentes y excursionistas, policías y bomberos, rescatistas y hombres y mujeres de buena voluntad, como los pastores que, en medio de su sobresalto, convocó el ángel aquella fría noche de diciembre, participaron en la misa inicial, acompañaron la procesión y llegaron -exhaustos algunos (como yo con la rodilla en exceso adolorida por la fuerte bajada), ligeros de equipaje y llenos de energía otros más, como mi hermano y tantos peregrinos- a la placita de Lourdes frente a la iglesia parroquial de Maiquetía. Cerca de la llamada Puerta de Caracas empecé a escuchar, entre rezos y respiros cansados, la formidable voz de algunas personas que entonaban cantos a la Virgen. Supe entonces que entre los cantores estaba un hombre de mediana edad, de nombre Aníbal Martínez, que entonaba una canción compuesta décadas atrás por su bisabuela y repetida en cada peregrinación por varias generaciones. Lo acompañaban, entre otras personas, Jesús Ramos, joven de formidable voz y tesista de Comunicación Social en la Universidad Católica Santa Rosa, y su tía, doña Elia de González, de gran devoción y bellos ojos de límpida mirada y profundo recogimiento. Un chico entrevistaba a los peregrinos. Se lamentaba que aquella peregrinación fuera tan poco publicitada. Sus palabras y su recogimiento me llevaron espiritualmente a otras latitudes.

Con frecuencia he lamentado no tener en Venezuela un sitio de peregrinación y elevación espiritual, de encuentro con Dios y con las profundidades de nuestro propio ser bendecidas por la mano bondadosa del Altísimo, como el Camino de Santiago, por ejemplo. Esta peregrinación, por parajes escarpados y en extremo hermosos, es una respuesta clara. Hay tradiciones tan ocultas en nuestro país, esa Venezuela profunda que a veces no vemos, que no percibimos siquiera, que no llegamos a imaginar desde la Venezuela ficticia y miope de la inmediatez (valgan las categorías que empleó Guillermo Bonfil Batalla para hablar de los dilemas mexicanos), que desde su silencio y poca visibilidad nos guiñan el ojo y nos convocan.

Al llegar a Quenepe, en Maiquetía, una banda de guerra saludó a la Virgen y la gente miraba con asombro a los peregrinos. Una imagen de santa Bernardita Soubirous esperaba a la Virgen a las puertas del colegio Madre Emilia y la acompañó en procesión, seguidas de la banda, hasta la iglesia parroquial. De mi mano venía Jeshua, un niño de seis años que me acompañó durante gran parte del recorrido. “Yo te puedo guiar por todos los caminos”, me dijo. Fueron una bendición de Dios su alegría, su fortaleza, su ingenuidad. En la iglesia, el obispo, con pasos de peregrino y voz de psalmista, iniciaba la santa misa. Mis recuerdos, viendo al obispo, iban y venían por mi infancia, por nuestra infancia. El niño no se impone límites. El niño interior ha de habitarnos para alcanzar la felicidad. Jeshua no soltaba mi mano. Bernardita, casi niña, creyó y fue ensalzada aunque en la tierra sintió el desprecio. Seamos como niños para entrar al Reino de los Cielos, nos recomendó el señor Jesús (Mt. 18, 3), triunfante de las tentaciones del desierto y enfático junto al mar de Galilea: “Bienaventurados los pobres de espíritu”.

Horacio Biord Castillo Investigador, escritor, profesor universitario Individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua Individuo de número de la Academia de la Historia del Estado Miranda Jefe del Centro de Antropología del IVIC Horacio Biord Castillo
Escritor, investigador del IVIC y profesor de la UCAB