Cristo de la Salud

La Guaira

El domingo 18 de marzo de 2018 se celebró en la catedral de San Pedro Apóstol, en La Guaira, la misa solemne del santo Cristo de la Salud. Esta devoción se origina, según la tradición local, en el año de 1600, cuando la imagen que debía viajar a Maracaibo decidió quedarse en el puerto de La Guaira para acompañar y proteger a los guaireños. Se trata de un Cristo crucificado, representado con gruesos clavos en las manos y los pies, pero presto a ascender glorioso a los Cielos.

Hoy la imagen articulada, que también puede colgarse en el árbol de la vida que es la cruz, se expone en la nave izquierda del templo catedralicio. Allí se venera en un sepulcro de madera y cristal, custodiado en cada esquina por sendas tallas de los cuatro evangelistas que dieron testimonio del Mesías y divulgaron la buena nueva del Señor Jesús. Ellos contaron sus milagros y legados: el padrenuestro y el nuevo mandamiento de amor recíproco, como el amor gratuito de Dios.

Durante la consagración, mientras el obispo de La Guaira, monseñor Raúl Biord Castillo, alzaba para consagrarlos la sagrada forma y el cáliz con el vino se dejaban oír las notas del himno nacional como un homenaje cívico al Dios vivo. El coro de la iglesia, dirigido por Carlos Mendoza Pirela, entonaba los cánticos y las agrupaciones parroquiales apoyaban la hermosa ceremonia. En el altar, acompañaban al obispo el padre Luis Suárez, párroco de la catedral, y el sacerdote trujillano Francesco Gil, junto al seminarista guariqueño Honorio Herrera Jaén y los monaguillos Eudes Narváez y Daniela Rodríguez (un adolescente y una niña, juntos como un cántico de plenitud). Estaban atentos a los detalles Bernardo Perera, presidente de la Sociedad del Cristo de la Salud, y Julio Capriles, quien preside la centenaria Sociedad de Protección Mutua Vínculo de Caridad, fundada en 1851. “Nuestros corazones como nuestras manos en estrecho y fraternal vínculo de hermandad”, reza una placa colocada en la sede en su fecha centenaria, el 26 de octubre de 1951.

Entre los lectores se encontraba, el alcalde del municipio Vargas, José Alejandro Terán, siguiendo la ceremonia con indisimulada devoción y participando con cadenciosa voz en los cantos y oraciones. Don Rubén Contreras, presidente de la Sociedad Bolivariana del Estado Vargas, recordaba la importancia de la historia para comprendernos. Al terminar la misa la procesión recorrió calles y callejuelas del antiguo centro histórico de La Guaira, pasajes y laberintos de escaleras y casas que miran el mar y la montaña, a la sombra de los viejos castillos españoles, un potente sistema de defensa construido en la época colonial. La procesión se inicia en la calle de San Juan de Dios y sigue por la calle Bolívar, sube por la de El León, pasa por Las Dos Puertas, la Cruz Verde, Caja de Agua, el puente Jesús y llega a El Polvorín; luego sigue por una empinada subida hacia Pueblo Nuevo y Ballajá para detenerse, después de El Guamacho, en la plazoleta del mismo nombre, y de allí, por Palma Sola, de nuevo hasta la catedral. A lo largo del recorrido se honra al Cristo con cantos y rezos. En el puente Jesús y Pueblo Nuevo el llamado ancestral de los tambores africanos en tierras de afrodescendientes hacen retumbar un canto de libertad, una súplica de equidad y aprecio social. Tradición y sincretismo, flores diversas en un bosque variopinto: es en miniatura el paisaje diverso de la más profunda Venezuela, que palpita visible aún para quienes no advierten su inextinguible fuerza.

Muchas personas abren en sus hogares puertas y ventanas para recibir simbólicamente al Cristo de la Salud: “Señor, no somos dignos de que entres en nuestra casa. Una palabra tuya, una mirada quizá, bastará para sanar”, parecen repetir una y otra vez. Refulgen imágenes del Nazareno, el Cristo o el Santo Sepulcro, de la Virgen y otros santos, de san Juan y san Pedro, patronos de los negros que enriquecen la venezolanidad con su cultura, su trabajo y su amable y hermosa presencia que alegra el sol marinero. Ramos de flores, oraciones, carteles y banderines blancos y amarillos, como la bandera de la Santa Sede, saludan el paso del Señor de La Guaira y el mundo.

El obispo sigue, alborozado y a ratos meditabundo, la procesión. El padre Luis Suárez anima, alegre, la procesión. En la plazoleta de El Guamacho varios músicos le ofrecen una serenata al Creador y Sostenedor del Universo. José Rafael García, candidato al diaconado permanente, se detiene en las aceras a esperar la procesión; Marta Dell´Uomini, estudiante de Sociología y pasante en el Laboratorio de Etnohistoria y Oralidad del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas me ayuda a tomar notas. En algunos sitios se interpreta música sacra como en las procesiones de la Semana Santa. Lo más conmovedor de toda la ceremonia es, sin embargo, la devoción de los participantes. Enternece la fe ciega, sencilla y confiada de quienes piden al Señor la saluddel cuerpo y del alma y, al mismo tiempo, la paz necesaria para consolidarla o agradecen la intervención divina en un momento difícil y decisivo de sus vidas, como la señora Mónica de López, residente en Caraballeda, cuyo hijo Daniel Alejandro López cargaba la urna del Señor en tránsito hacia la Resurrección. Muchas personas han hecho el recorrido penitencial durante años, cuentan Ana María Díaz Ribas, de 88 años, nativa de Mérida, quien lleva más de 50 años asistiendo a la procesión o Ana Zambrano de 85, quien desde niña ha asistido, o Graciela Mamani de 68, quien ha recorrido el itinerario del Cristo desde los 3 años.

Los cargadores son hombres llenos de fe y esperanza que cargan por empinadas cuestas la imagen. Pero las mujeres reclaman su protagonismo y, desde la esquina de Palma Sola, piden llevarlo en sus hombros y, aunque más adelante reciban ayuda masculina, son ellas quienes hacen entrar la imagen a la catedral. Sus hombros muestran quizá el dominio femenino en el ámbito íntimo del hogar y entonan un canto de igualdad, un grito de justicia. Sus frentes sudadas recuerdan la universalidad de la protección divina y la corresponsabilidad de los géneros en el cuido de lo creado. Ismary Delgado y Felicia Martínez, entre muchas cargadoras, sonríen una vez terminada la procesión. De nuevo los hombres toman la imagen y la colocan en el altar de la nave derecha.
Mons. Biord Castillo ha enfatizado el significado del rito, la potencia del símbolo: No somos nosotros quienes acompañamos a Dios, es Él quien nos acompaña y bendice. “Danos, Señor, salud y paz”, pedimos los penitentes.

Horacio Biord Castillo
Escritor, investigador del IVIC y profesor de la UCAB